Muy buenas madre, espero que estas
palabras le hallen en buena salud a usted y padre.
Os escribo a través de maese Tominho,
sargento de la compañía y hombre instruido en letras y números,
que , en su bondad, ha prometido enseñarme a leer y escribir, si en
ello quiero poner mi esfuerzo, pues dice que no hay mejor manera de
progresar en la vida que aunando valor y estudios.
Razón tenia padre al aconsejarme coger
el camino militar cuando el Capitán Del Olmo vino al pueblo buscando
nuevos valientes para servir al rey y a la religión bajo su bandera.
Pues desde que os despedí no han dejado mis ojos de contemplar
nuevas y asombrosas cosas de nuestro mundo que jamás hubiera
soñado. El buena capitán , viéndome rapaz despierto y con ganas de
aprender, me ha cogido afición y ha tenido a bien tomarme como su
asistente personal, de tal modo ha compartido mucho tiempo conmigo en
el viaje y así me ha ido explicando, y yo entendiendo, los problemas
y enemigos que asedian al rey , nuestro señor, y cómo la envidia
de herejes turcos y protestantes asedia nuestra cristiana nación.
He visto cómo aldea tras aldea,
hombres jóvenes y no tan jóvenes se han unido al grupo, aunque por
cómo hablan muchos buscan más la fama y la fortuna huyendo del
terruño y sus penalidades que la honra y el honor del servicio a
nuestro rey, que dios dé claridad. Comentándolo con mi amigo
Paquiño, al que sin duda recordareis y que se nos sumó al día
siguiente que yo mismo, sólo me supo decir que su padre le había
dicho que a veces para llegar al cielo hay que pasar por el infierno
y que allí no podría crecer en la vida, aunque me trasunto yo, que
siendo el octavo hijo y sus tierras pequeñas como son, pudo la
necesidad empujar al padre a dar tal consejo.
En cualquier caso , y como os relataba,
avanzamos por la costa hacia el sur, pasando una o dos noches en cada
aldea o pueblo, alojándose el capitán en casa de alguno de los
notables del lugar y el resto de nosotros donde pudiésemos y nos
dejasen. Al noveno día de marcha tornamos nuestros pasos dejando el
mar a nuestra espalda y al cabo de dos días llegamos a la ciudad
santa. Fuimos bien recibidos por la gente y grande fue mi sorpresa
cuando allí nos encontramos con otro grupo de soldados, pues creía
yo que éramos los primeros a los que el capitán llamaba a las
armas. Así entendí que otros soldados veteranos de la confianza del
capitán habían recorrido la región al igual que el buscando
hombres para la compañía, siendo tal la confianza que lo que
dijeran estos hombres era igual que dicho por el capitán.
Viendo maese Del Olmo que ya éramos
buen número decidió bendecir la bandera aprovechando la catedral de
Santiago, protector de nuestra España. Lo comunicó a las
autoridades, que dieron permiso y así sucedió.
Tras desfilar solemnemente todos los
soldados presentes, muy cumplidos y galanes, por las calles de la
ciudad, que nunca pensé que tanta gente había de ver la ropilla que
con tanto esmero me compusisteis ,madre. Entramos en la catedral , y
nos situamos en pasillo hacia el altar mayor , donde vi cómo el
capitán entregaba la bandera al alférez Murias, hombre afable de
gran fortaleza, y éste la expendía tres veces hacia el altar ,
dejándola estirada y tendida en el suelo y postrándose esperó
benditas palabras y agua del sacerdote, para devolverla con
veneración al mástil, de esta forma, según me había hecho saber
el capitán, la compañía quedaba formada a ojos de nuestro señor y
su enseña , aun siendo de él, quedaba a cargo del alférez. Cuando
el alférez arboló la bandera, formamos columna. Se situó el
capitán y el alférez en vanguardia, conmigo a la espalda portando
la rodela del capitán, protección pesada donde las haya, madre y el
sotalférez Ruiz a mi derecha, bravo zagal, nacido en Valencia y
criado en galeras en lucha con el turco, que portaba el venablo de su
alférez. A nuestra espalda se situó el resto de la compañía y así
salimos orgullosos de la casa grande de dios tras la flamante cruz
roja sobre campo de oro. He aquí , que el gentío estalló en
vítores y bendiciones, incluso vi una rapaza que se fijaba en mí y
me miraba bien , madre.
Esa noche festejamos la ocasión en el
bien llamado monte del gozo y la ciudad nos regaló mucho,
agasajandonos los vecinos con vino y comida y tocando música,
incluso, la muchacha vino a conocerme y holgué largo rato de su
compañía.
A la mañana siguiente, si me permitís
la licencia de aun llamarla mañana, el cabo Ramírez nos reunió con
el grupo de los más nuevos para iniciar la formación No voy a
aburrirla, madre, con las maneras del soldado, valga decir que ,
según me han dicho , desde este día el capitán y otros soldados
veteranos nos irán enseñando el modo español de hacer la guerra y
de continuar con vida en ella, necesarias y valiosas lecciones que me
permitirán, dios mediante, volver a vosotros más adelante con
fortuna hecha.
Me despido madre que emprendemos marcha
hacia Ourense y de ahí a las costas levantinas, espero que el deán
sepa haceros llegar esta misiva. Os quiere vuestro hijo
Xurxo Pillabán